28 enero 2020

El último anticuario de León

En La Nueva Crónica, Fulgencio Fernández escribe sobre Ángel, el anticuario de Boñar:

 'Antigüedades Ángel' reza el cartel de su tienda en Boñar, pero la magia está dentro, en las piezas que acumula y, sobre todo, en las historias que te cuenta este resistente "del oficio más bello que existe" y que se lo ha sabido transmitir a su hijo.
Atravesar las puertas de Antigüedades Ángel, en Boñar, (y de su taller) es como entrar en un mundo mágico. Lo es por las piezas que allí encuentras pero es fundamental que te vaya contando la historia Ángel Sastre, ya jubilado pero incapaz de alejarse de su mundo, ahora en manos de su hijo, Ángel, cómo no.
- ¿Todos os llamáis Ángel? 
- Es una historia curiosa. Mi padre y sus hermanos iban por estos pueblos con un carro y llevaban detrás grabado un ángel, la parte superior, la cabeza y las alas, y  la gente decía «vienen los del ángel»... Y nosotros nos llamamos Ángel.
Sólo es una historia más. Ángel Sastre, nacido en 1941, puede retroceder en el tiempo de la historia familiar y todo parece un cuento, no siempre feliz, pero él le pone unas expresiones para no olvidar. «El primero que empezó en la cosa ambulante fue el abuelo, en un pueblo de Zamora muy pobre, allí hasta las moscas pasaban hambre».
Y en aquel pueblo zamorano donde ni las moscas encontraban qué comer empezó su abuelo de ‘pinche’ del Tío Lorenzo, vendedor ambulante con un carro. Él iba subido al carro y al abuelo, que era un niño, lo llevaba agarrado en la parte de atrás; contaba que se llegaba a dormir caminando. Y de ahí a otro ambulante, de nombre que a Ángel le parece griego. «Se llamaba Epímaco; éste ya tenía un Hispano Suiza de aquellos de radios y ruedas de madera. Una vez se le salió una rueda en una cuesta abajo, marchó sola y nunca más la encontraron...».
Otra historia. No cesa, de todo tipo, hasta la de la abuela Evangelina que era coja, la llevaron a la Virgen de la Vega, pasaron la noche rezando y al marchar, cuando se dio cuenta, ya caminaba sin muletas. «La fueron a esperar al tren, para llevarla a casa en el carro, y ella llegó andando ¿Sería un milagro o es que como ella tenía tanta fe, estaba tan convencida... No se, bueno hablamos de antigüedades».
Pues venga. Volvamos al abuelo, que con el tiempo también se dedicó a la venta ambulante, de telas y similares, y en sus viajes por toda la provincia llegó hasta León y la comarca de Boñar. Y ahí se quedó, también su padre, aquellos ambulantes, «Los del ángel», que recorrían «toda esta comarca y más, subían a Valdorria, a Lillo, pasaban para Asturias, hasta Cabañaquinta, Casomera y aquellos pueblos en cuesta. En aquel carro, con las cuestas píndias que decían ellos, los frenos iban chillando y cuando llegaban al pueblo ya los estaban esperando».
- ¿Qué vendían? - Un poco de todo, sobre todo las telas, que era la tradición, y las pieles, de todos los animales posibles...
Es curioso cómo las historias de estas familias tantas veces se cuenta por los vehículos que fueron utilizando. Así Ángel recuerda el salto del carro de ‘Los del ángel’ al primer vehículo, del carro al Isocarro. «Lo compramos en Lasalle, por 22.000 pesetas, con un socio que tenía mi padre que se llamaba Llamas. Cuando llegamos a Boñar venía la gente a verlo y a mí ya me gustaba ir con mi padre, que con el carro no me hacía nada de gracia». Después llegó una furgoneta, «la compramos en Castro».
Y Ángel, con 14 años, después de andar con su padre, quiso ser mecánico. «Me llamaba mucho la atención los motores, los veía funcionar y decía, yo quiero saber cómo va esto. Y estuve aquí en un taller, después me llamaban para todas partes porque se me daba bien, cada vez que había un accidente a llamar a Ángel, los domingos marchaba de Boñar porque no podía estar nunca con la novia, me salía algún chollo».
Y regresó al negocio familiar, a la furgoneta, y a las antigüedades y los relojes. «Estudié todos los oficios, por mi cuenta. Lo de mecánico me ayudé por correspondencia pero lo demás con libros y preguntando. Porque ser anticuario es muy bonito, tienes que conocer el arte para saber el valor de las obras; la historia, para saber las épocas; los estilos artísticos... es lo más bonito de este trabajo... Y andar por los pueblos».
Y la prueba de su pasión por el oficio son sus cualidades de relojero, un maestro en ese difícil arte. «Me gustaba comprar los relojes estropeados y después arreglarlos, además de que eran más baratos, todo hay que decirlo».
Ángel Sastre recorrió toda la provincia, «hasta donde podía llegar porque, por ejemplo, en La Cabrera se me acababan las carreteras, y mira que me gustaba aquella comarca, había cosas muy antiguas, de mucha historia...».
- ¿No les engañabas? - No. Aquí siempre fuimos muy serios porque en este oficio, con leyenda negra, o te ganas la fama de serio siéndolo o no hay futuro.
- ¿Y con casi 80 años no te apetece dejarlo? - No, no hay profesión más bella. He entrados a las casas de los más ricos y en las de pobres de solemnidad; he entrado en los conventos de monjas de clausura mientras al cura lo dejaban en la puerta; pero esto no lo pongas que si se entera el señor obispo.
Pero los tiempos han cambiado, su hijo —Ángel, de los del ángel— que está ahora al frente del negocio reconoce que «ya nada tiene que ver; ahora nos llaman más para vender que para comprar, incluso gente que ha heredado piezas que les habíamos vendido que ahora que se las volvamos a comprar.».
- Ya no es lo mismo, está difícil, pero si lo has mamado como yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario