En Diario de León, del 18 de marzo, encontramos un reportaje sobre Emérito Robles Muñiz, nacido en Lugán y residente en Cerezales, donde en su domicilio particular tiene una colección/museo de aperos con buena parte de los objetos, herramientas y aperos utilizados en las actividades agrícolas y ganaderas de la zona.
Emérito inventó la pistola rural y lo bautizó como el ‘fosco’: un artilugio hecho con un tubo de hierro que disparaba terribles fogonazos y que lograba ahuyentar al más acérrimo enemigo de este veterano pastor de cerezales del condado, el lobo. Emilio Gacedo 11/03/2012
No alcanzaba Emérito la altura de las ovejas y ya andaba detrás de ellas con una afición terrible por cuidar el ganado aunque ello implicara no pisar la escuela. Establecido más tarde en Cerezales del Condado, este paisano inquieto y curiosín nació en Lugán («la torta que no es pan») en 1923, de familia pastora dedicada a cuidar el rebaño del pueblo. A los siete años murió su madre y el único afán del pequeño era ir detrás del padre con las ovejas hasta que un día un tío suyo del que además era afijao le vio por la calle, se sorprendió («¿qué haces que no estás en la escuela, si es hora de ella?»), se enfadó mucho y fue a ver al padre. «Préparale la ropa y me lo mandas para casa, yo le daré de comer. Y como lo vuelva a ver por ahí, vos esgaño a todos».
«Al menos, gracias a él sé poner mi nombre», reconoce.
Aún así, poco pupitre sentó Emérito. Anduvo de criado por toda la contorna (Vegas, Ambasaguas, Cerezales, Candanedo...) llevando ovejas a pastiar por montes y fincas (a no ser que el dueño las hubiera cotiao, o sea, puesto una mondilla o seña para que no pasara el ganado) hasta conocerlas a todas como a hijos propios. Y ahí comenzó su lucha con el más feroz de sus enemigos: el lobo.
Hasta 49 crías llegó a localizar (y a matar, claro) de una alimaña que le obsesionó durante toda la vida y que se metía entre el rebaño con los pastores delante sin temerle a nada. Gracias a unos buenos perros («mastines, y de carea, que llamábamos») y a las ganas que le ponía Emérito (sólo tenía un afán, que «el mi ganao fuera mejor que el de los otros», confiesa), nuestro paisano iba ganándole la partida a aquella existencia tan ardua. Poco a poco fue comprando algún animal para él y así llegó a reunir «un buen hatajo» de ovejas y cabras, cercano a las quinientas. Se casó y se estableció en Cerezales, de donde es su mujer, vivieron con su suegro un tiempo y después ya pudieron adquirir una casa «con mucho servicio» en cuyo corral hacía cachas, tarucos de madreñas, zamarrillas (especie de abrigo de pellejos de oveja, con él aparece en la foto de la izquierda), chanclos de cuero y madera (también está calzado con ellos, las polainas cubriéndolos) y muchas otras cosas más.
Pero si algo hizo famoso a Emérito Robles en todo el Condado fue el artilugio que ingenió para ahuyentar al lobo. Sin armas de fuego ni medios para adquirirlas, creó una especie de pistola primitiva a la que llamó el ‘fosco’: era un tubo de hierro cerrado con un taco del mismo material por detrás; lo llenaba de pólvora, metía en medio una cerilla sujeta con una goma, la prendía con la caja y «como no había más que una salida, tenía que salir p’alante, quisiera que no». «Metía cada zascudijón...», cuenta Robles recordando cómo retumbaba aquello, que se oía hasta en el pueblo, y cómo nadie más quería dispararlo de puro miedo. Los lobos escapaban como alma que lleva el diablo y otros pastores que estaban lejos, al oírlo, se quejaban («ya nos jodió, ahora los lobos vendrán para acá»).
Robles, que después trabajaría de portero en León, ha convertido su casa en un museo. Una vez apañó dos camas que un vecino había tirado, las limpió y pintó, y aquel mismo paisano, al verlas, le dijo: «Coño, ¿dónde compraste una camas tan guapas?».
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