Este obituario publicó La Crónica de León:
Isidro Martínez, el popular curandero de Boñar, falleció el lunes a los 83 años
F. Fernández / Cármenes
La última vez que llevé a una mujer de mi pueblo (a 45 kilómetros de Boñar) para que Isidro ‘El curandero’ le viera una rodilla atacada de vejez, la despedida de Elena fue con una frase contundente: “Ay, don Isidro, usted no se tendría que morir”. Isidro sonrió, como si ya lo hubiera escuchado mil veces, pero no le dijo nada, aunque ya era vox populi que estaba enfermo. Pocos días después pegó a la puerta de su consulta una pequeño letrero que decía: ‘Cerrado por jubilación’.
Ningún pequeño cartel escrito a bolígrafo había dado tanto que hablar. En muchos kilómetros a la redonda se habló de él: “Ya no atiende el curandero de Boñar. Creo que está muy enfermo”.
Todo era cierto. Ya no atendía y estaba muy enfermo. En el último año y pico ha peleado por la vida. De casa al hospital Monte San Isidro, de allí a casa, a una residencia. Y ayer se fue. Se lo dije a Elena y remató la frase, aclaró a qué lugar se ha ido: “Al cielo, si ese hombre no va, al cielo no entra nadie. ¿Qué será de mis rodillas?”.
Isidro Martínez (a la izquierda) durante su etapa universitaria
No era una fanática de las técnicas y los buenos oficios de Isidro Martínez, era una más de los cientos, miles de militantes en la fe de este llamado curandero (en realidad era enfermero) con una indiscutible habilidad para tratar todos los problemas de huesos, músculos, tendones… Desde todos los rincones de la provincia y más allá le había llegado gente, ‘mancados’ que habían escuchado los milagros que se le atribuían y él negaba: “Es cierto que tengo una habilidad, o experiencia, para ver dónde están las lesiones y para componer, además de dar algunos consejos para la recuperación”. Y una fuerza en sus manos que todos recuerdan, al margen de las ventosas y los vasos en los que hacía el vacío. Cuando las gentes del campo iban a recoger la hierba, descubrían su torso y aparecía un enorme moratón, surgía la pregunta: “¿Qué te pasó, que tuviste que ir a Isidro?”.
– A que me compusiera–era la respuesta más habitual–.
El buen hombre vio de todo en su consulta. La última vez que hablé con él me contaba cómo ya hace muchos años un día apareció un hombre en silla de ruedas, que había tenido un grave accidente, para que le viera. Isidro no le dejó ni entrar en la consulta, le habló con claridad, le dio unos consejos para que no se le hicieran llagas y le invitó a un café en un bar cercano. Isidro no engañaba a nadie, arreglaba lo que podía arreglar y te remitía al Hospital cuando era lo más oportuno.
Otra cosa es lo que los pacientes percibían con la fe que tenían en él. A la mujer de la que empecé escribiendo, Elena, le dijo con claridad que ya iba para los noventa, que lo que tenía era desgaste y le dio una serie de consejos para nada más levantarse, para pasear, para la noche… A los pocos días le pregunté: “Estoy mucho mejor”.
Los consejos son los mismos que le había dado el médico, pero a don Isidro le hacía caso.
Ayer estaba la lucha leonesa de luto pues ha muerto muy joven el hermano del anterior presidente de la Federación. Hoy está de nuevo de luto. Isidro El curandero de Boñar también era la panacea de muchos luchadores que acababan un corro con un tobillo hinchado como un boto o con la muñeca en semejantes circunstancias y también marchaban para la Villa del Negrillón con la misma fe que si fueran a la clínica donde operan al Rey. Ernesto, El Viejo Profesor de Argovejo (por citar a uno), repetía con cierta frecuencia: “¡Cuántos corros me ganó Isidro! Tuve días de torcer el tobillo que no podía ni ponerlo en el suelo y al día siguiente luchando”.
Habría mil historias sobre Isidro, en cada casa de la comarca hay varias que hoy se contarán en todos los bares y en todas las cocinas. Gentes del campo, deportistas, veraneantes… Todos han pasado por su consulta.
Aquel pequeño cartel de ‘Cerrado por jubilación’ ha sido sustituido por una esquela, la más comentada de la comarca y la que más triste pone a muchos pacientes que se preguntan como Elena “¿qué va a ser de mis rodillas?”.
– ¿Cuántos años tenía ya Isidro?
– Ochenta y tres.
– Tenía que haber vivido otros ochenta y tres.
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