09 octubre 2008

Decadencia ganadera en el Pilar


Retablo leonés Antecedentes históricos del mercado ferial en Boñar
Un recorrido histórico a través de la solera de la Feria del Pilar en la Montaña de Boñar deja ver la importancia de un mercado del que ya sólo quedan los vestigios. Enrique Alonso Pérez: León

La tradición y la solera con que cuenta la festividad del Pilar en la Montaña de Boñar merece un amplio comentario acerca de sus orígenes, así como de la evolución seguida desde el siglo XVIII. La edición del 2008 presenta ciertas variantes, tanto en su componente puramente ferial, como en las manifestaciones festivas que complementan la jornada. La cabaña ganadera del valle de Boñar y sus jurisdicciones reales se remonta a los albores del pasado milenio, época del asentamiento de la población según consta en documentos catedralicios contrastados por el ilustre historiador, Claudio Sánchez Albornoz, en sus estudios sobre el reino asturleonés. Los concejos abiertos y posteriores Ordenanzas Municipales, van recogiendo una amplia legislación, cada vez más matizada, sobre las transaciones de ganado ovino y bovino en un mercado libre que sólo conoce la fiscalización sanitaria en un intento de salvaguardar las concentraciones feriales de posibles pestes y morbos propios de los tiempos medievales. La zona no conoce la regulación definitiva, e institución de ferias a plazo fijo hasta el siglo XVIII, fechas en que pareció oportuno señalar determinados días del año para la celebración de estas concentraciones ganaderas cuya finalidad era la compra-venta de reses. Firmó este acuerdo corporativo el entonces corregidor de las Montañas de Boñar, Jerónimo Villarroel, casado con la también boñaresa María Antonia Robles. Curioso documento que ha llegado a nosotros a través de un ilustre visitante, Pedro Gómez de Bedoya y Paredes, médico de número de la familia real, en sus inspecciones oculares realizadas en el año 1764 para informar del estado y situación de los pueblos receptores y distribuidores de ganado, y la potabilidad de sus aguas, que describe la villa de Boñar de la siguiente manera: «En el Reyno de León, en lo áspero de sus montañas seis leguas distante de la capital, y cuatro del Principado de Asturias, está la villa de Boñar, o Boñal. Población como de ochenta vecinos en una sola calle. »Dichas montañas están bastante pobladas en sus faldas, de robles y encinas y en el centro del valle se encuentra copia de chopos, sauces y fresnos. Es la temperie de esta villa bastante sana, y así la gente se cría robusta, y llega a una edad avanzada, aunque no goza de las mayores comodidades, pues de sesenta casas que tendrá la villa, sólo diez y seis están cubiertas de texa y las restantes de paja. »Los vecinos se ven precisados a calzar zapatos de madera que llaman madreñas por el sumo frío y nieves, pues los más años empieza la primavera por fines de junio, y a principios de agosto ya vuelve otra vez el refrescado». Nadie debería perderse el espectáculo, entre solemne y desenfadado, que supone el seguimiento de un trato de compra-venta en una feria como la que sirve de comentario. Comprador y vendedor se enzarzan en una serie de tira y afloja acerca de la res en trato. El que vende presenta su «género» como lo mejor de la plaza, y felicita a su interlocutor por el buen gusto que ha tenido al fijarse en semejante «mirlo». La otra parte, que no se deja influenciar por la labia del contrario, mira y remira a la posible adquisición bajando un buen puñado de billetes de la cantidad que pide el propietario. Es difícil que haya acuerdo entre las dos partes sin la intervención de un tercero que siempre aparece para «terciar» en el trato en plan de hombre bueno, quitando un poco de su demanda al que pide, y hacer subir otro poco al que ofrece. Una vez cerrado el trato, las partes que han intervenido en él, celebran conjuntamente el acontecimiento en el bar más próximo en una ceremonia ritual, la «conrobla», en la que el receptor de los dineros tiene que invitar a sus ocasionales amigos a una consumición que bien puede constar de un buen plato de callos con vino de la tierra. En fase terminal Las circunstancias actuales por las que atraviesa la trata del ganado han hecho descender considerablemente el número de entrada de reses en cualquier plaza por acreditada que sea. Estas circunstancias son el resultado del progreso y de la fase terminal que sufre nuestra ganadería -sobre todo la leonesa-. Antiguamente nadie vendía en su casa, compradores y vendedores se daban cita en las ferias. Hoy, por el contrario, más del ochenta por ciento de los tratos se celebran en las cuadras y en los puertos. Los medios de locomoción, universalmente aceptados por los tratantes, hacen que éstos estén presentes hasta en los pueblos de más difícil acceso con relativa periodicidad. Por otra parte, la centralización de mercados en el gran complejo ferial de la capital de la provincia todas las semanas, viene a mermar cada día más la afluencia de ganado en estas ferias tradicionales. Por el contrario, cada año prolifera con más fuerza el multitudinario mercadillo que convierte la concentración humana en una auténtica babel donde nadie se entiende. Es curioso observar la lentitud con que se tiene que mover la muchedumbre colapsada por la carencia de espacio físico para dar una mínima fluidez al tránsito callejero. Otro tanto pasa con los automóviles, que no encuentran aparcamiento a su gusto, es decir, al lado de donde ellos quieren. Y terminan cerrando poco a poco las dos orillas de la calzada propiciando absurdos atascos que anudan el tráfico hasta lo inverosímil. Menos mal que estos últimos años Protección Civil ha puesto un cierto orden en el caos circulante, liberando de esta manera a la Guardia Civil, que en ese día honra solemnemente a su Patrona, la Virgen del Pilar.

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